Anónimo

Soy una madre que lleva cuatro duelos (más uno) a sus espaldas. He perdido cuatro bebés y una trompa por el camino, pero nadie de nuestra familia sabe cuál ha sido ese camino y cómo nos hemos desviado en los últimos meses. Solo mi compañero y yo.


Después de dos pérdidas, una de ellas en estado avanzado de gestación, y de que me quitaran una trompa, me quedé embarazada en noviembre de 2020. Me hacían la primera ecografía el 30 de diciembre y pretendíamos dar la buena noticia por videoconferencia un poco antes de las 12 semanas para que fueran unas Navidades no tan horribles, ya que no nos íbamos a juntar, por primera vez, a causa de la pandemia. Pero en aquella primera ecografía mi ginecóloga vio que las cosas no estaban bien y que aquél embarazo no iba a prosperar.


Era Navidad. Estaba embarazada, pero sabía que mi estado iba a durar muy pocos días más. No nos íbamos a juntar ni a abrazar con el resto de la familia. ¿Qué hacíamos? ¿Compartíamos el disgusto a través de una pantalla o lo pasábamos solos?


Decidimos pasarlo solos. Si acaso, cuando pasaran las Navidades y nos volviéramos a ver en persona ya les contaríamos. Nos encontramos en esta encrucijada, por la convención social que nos mantiene calladas por
si pasa algo durante doce largas semanas.

¿Qué esconde detrás esta tradición? Que la realidad del duelo gestacional quede totalmente invisibilidada dentro de cada madre y padre. Si nadie lo sabe, nadie lo llora. Si nadie lo llora, nunca ha existido.


Pasaron dos meses, tiempo suficiente, para reponernos, dentro de lo que había, y contar a la familia lo que había pasado en Navidad, pero me volví a quedar embarazada. Otra vez volvieron las dudas: ¿Qué hacíamos? ¿Les contábamos que habíamos perdido un bebé, pero que estaba de nuevo embarazada? ¿Esperábamos a la primera ecografía por si nos volvía pasar
lo mismo?

Por supuesto y como bien dice la convención social, volvimos a esperar a que nos confirmaran que estaba todo bien. Pero nos volvió a pasarlo mismo y aquel nuevo embarazó también se iba a frustrar.


¿Y qué hacíamos ahora? Habían pasado 4 meses de la primera pérdida, acabábamos de perder otro, ¿cómo hacer frente a esta situación y contar a la familia todo lo que ha pasado? ¿Cómo darles el disgusto y hacerles sentir mal porque no les hemos dejado acompañarnos en los duelos?


Ante la ansiedad que me producía tener que enfrentarme a la situación, optamos por no contar nada, sobre todo, porque el segundo duelo, que en realidad era el cuarto (o el quinto si se tiene en cuenta la pérdida de la trompa), fue terrible a nivel hormonal y emocional. Quizás el peor de los cuatro porque yo pensaba que ya estaba entrenada en la gestión de este tipo de emociones, pero el torrente de mayo me llevó con él y casi me ahoga. Nunca hay suficiente entrenamiento y menos cuando lo haces en soledad.


Y después de vivir estas pérdidas en solitario, me pregunto: ¿qué sentido tiene guardar silencio? ¿Qué hay detrás de esa convención social que invisibiliza “por si acaso” sale mal? Por desgracia, los “por si acaso” son uno de cada cuatro embarazos. ¡Es un porcentaje altísimo!


Hay que derribar mitos y deconstruir realidades y luchas para que ninguna mujer aborte sola un día de Reyes porque el corazón de su bebé ha dejado de latir antes de las doce semanas y no encontró el momento ni la ocasión para contárselo al resto de su familia.


Ni una mujer, ni una pareja más abortando en soledad.

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